En los años anteriores al año 1950, las dueñas de casa se sacrificaban mucho para tenerles a sus familias sus ropas limpias y aplanadas; el agua que usaban para esos menesteres la aclaraban con pencas de tunas, y hacían lo siguiente: la tomaban y la ponían en tinajas, y en barril, eran batidas y restregadas con las manos. Esa agua quedaba clara y apta para el lavado.
El proceso de esta faena era muy complejo; la mamá o la persona encargada echaban en una batea la ropa sucia con perlina para que se remojara y sacara un poco la suciedad; esto sucedía en una noche o una tarde. En unos tarros se preparaba lavaza con agua hirviendo con radidina y jabón Gringo.
La ropa casi limpia se metía en este jaboncillo y se escobillaba, seguidamente se introducía de nuevo en esa mezcla y se hervía con fuego. Después de unos minutos esa ropa limpia sobre una batea se enjuagaba y se secaba al sol. La ropa blanca era azulada y se almidonaba.
Las planchas eran calentadas con fuego sobre unas latas que recibían calor.
MERCECES GUZMÁN ABARCA
Olivar, diciembre 15 de 2009