Un viajero nómade se asentó a las orillas del Cachapoal en un verano del 80, cargado de ilusiones en una tierra que brindaba hospitalidad, con un clima de cuatro estaciones; franqueando la casa de madera, de especies nativas, un parronal de dulces uvas, rodeados por abedules, un tamarindo, pinos y castaños centenarios.
Los antecedentes de este predio fueron proporcionados por mi amigo médico-veterinario Emerjo Loma-Osorio de la Alpargata, cuyo dueño don Joaquín Willer se encontraba con su salud quebrantada y su adquisición se concreto en diciembre de 1979.
Veníamos de una región donde impera el viento como rey absoluto y los cortesanos de la lluvia y la nieve, lejana e inhóspita, unidos a una geografía despedazada que embriaga y que hace al hombre impregnarse de los máximos valores del alma para tratar de vencer los obstáculos de la naturaleza exótica con los bloques silenciosos, los estrechos canales y glaciares con una etapa infinita y soñadora.
Con el cambio de residencia perdimos de ver la gracia de las toninas, la belleza de los cisnes, las avutardas y flamencos, pero en cambio seguiremos contemplando el encanto de la codorniz, el negro plumaje de los tordos y la alegría de los zorzales en el marco de una flora exuberante y generosa.
Aquí forjamos nuestro afincamiento como definitivo después de los trotes por el Norte Chico y la zona de Magallanes, pero el Cachapoal (Río Loco) dijo otra cosa. Un invierno del año 82 las nubes se pusieron a llorar desconsoladamente y su caudal de aguas impregnadas de cobre lo hicieron bravo e indomable, arrasando las fértiles orillas como un cuchillo cortando torta. Nos invade la pena y la amargura. Luchamos, pues siempre ha sido nuestra inalterable conducta.
Tuvimos un respiro, comenzamos de nuevo, pero el 86 y 87 este caudal tortuoso vuelve a repetir la gracia desgraciada para todos, llegando las aguas a pocos metros de nuestras casas. Los trabajadores manifiestan su solidaridad y la autoridad comunal con su presencia nos alienta moralmente.
Después de estos desastres naturales y otros provocados por el hombre vuelven sus aguas a desplazarse por su cause normal y nunca más se desbordó, pero ya nosotros no estábamos; el Banco Osorno nos expulsó del terruño que amamos, que tanto quisimos y que nos prodigara tantas alegrías, con la quimera de haber encontrado el Paraíso.
AMÉRICO FONTANA GONZÁLEZ
Olivar, Diciembre 4 de 2009